Después de dos intentos fallidos para emprender este viaje, tanto en agosto como en septiembre/octubre, finalmente las emprendí a comienzos de noviembre de 2016. Inicialmente viajaría solo, pero se sumó un compañero de Santiago.
Partimos un día viernes. Jorge salió temprano desde la capital y nos juntamos en La Serena, ciudad donde resido, luego de almuerzo.
Nuestra idea era avanzar lo más posible. Las alternativas que barajábamos era dormir en Inca de Oro, Diego de Almagro o Chañaral. Finalmente, lo hicimos en la segunda alternativa. El camino fue solo por carretera, sin inconvenientes por la ruta 5, pagando 3 peajes: Punta Colorada ($700), Cachiyuyo ($700) y otro entre Vallenar y Copiapó ($1.100).
Llegamos de noche y encontramos una hostal donde nos cobraron 10 lucas. Tenía estacionamiento.
A la mañana siguiente, bajo una neblina bien cerrada, salimos rumbo a San Pedro de Atacama, nuestro segundo destino. Atravesamos toda la zona devastada por los aluviones de 2015. Varios de los pueblos se están reponiendo recién, pero aún quedan muchas estructuras destruidas, restos de vehículos y mucho escombro que limpiar.
Lentamente, mientras nos internábamos por el desierto, comenzaba el calor a darnos bien fuerte.
Comimos algo en La Negra, antes de Antofa. En uno de esos puestos carreteros, atendido por unas colombianos, por unos pocos morlacos comimos un enorme plato de comida.
Fue en el tramo que siguió que empezaron los problemas en la moto de Jorge, y que a la larga marcarían el viaje. Su F800 comenzó a perder potencia, andaba a tirones y de repente en marcha se apagaba.
Asumimos que podía ser bencina de mala calidad, así que llegando a Calama nos detuvimos, le sacamos el combustible del estanque y pusimos nueva.
Salimos un poco tarde hacia San Pedro de Atacama, pero eso nos dio la oportunidad de disfrutar esa zona en el ocaso.
Acampamos cerca del centro del pueblo y en la noche salimos a recorrer. Ahí nos encontramos con David, un amigo que venía haciendo viaje desde Perú, Bolivia y Argentina. Esa misma jornada, salió a las 5 AM desde Tilcara e ingresó a Chile por el paso Sico, el mismo que queríamos hacer nosotros. Nos contó de las dificultades de ese camino.
Cenamos, tomamos y conversamos sobre los tips para el viaje.
Aprovechando que había poca luna, me puse a tontear haciendo algunas fotos:
La deformación de la foto es porque estaba usando un lente muy gran angular (11 mm)
A raíz de lo que nos comentó David sobre el paso Sico y considerando que la moto de Jorge no iba bien, decidimos entrar a Argentina por paso Jama. En lo personal quedé un poco decepcionado por esa decisión, dado que quería hacer tierra, meterme por la 40 para ver el viaducto La Polvorilla (parte del tren a las nubes) y conocer San Antonio de los Cobres.
Pero si Jorge sufría una falla más seria, era preferible estar en un paso más transitado, dado que por Sico apenas hay movimiento de vehículos.
Salimos temprano y las emprendimos hacia la cordillera
Volcán Licancabur
Como a las 11 ya estábamos cruzando la frontera:
El camino tras el paso Jama tiene varios atractivos: harta fauna (camélidos y aves principalmente), Salinas Grandes, el pueblo de Susques, el cruce con la ruta 40, la cuesta del Lipán (esta vez me tocó hacerla de bajada y es bastante más complicada de lo que pensaba, sobre todo en las curvas con tierra).
Hacia el final de la quebrada de Humahuaca (patrimonio de la humanidad de la Unesco), está el pueblo de Purmamarca, donde se puede apreciar el cerro de 7 colores. Ahora lo vi durante la tarde, con el sol en posición vertical. Es ideal verlo con sol de mañana, que es más tenue y lateral.
La moto de Jorge seguía con sus taldos.
Así nos fuimos avanzando por Tilcara, Huamahuaca y otros pueblos, donde no pudimos encontrar un mecánico que revisara la moto.
De pronto se nubló bien feo y pensamos que se largaba a llover. Al final fue pura especulación nuestra.
El camino se hizo algo largo. Pero hacia el final de la tarde llegamos hasta La Quiaca, en la frontera con Bolivia. La puna empezaba a hacer efectos sobre mí: me dolía mucho la cabeza, tenía algo de náuseas y el sueño me vencía. La Quiaca me sorprendió por su fealdad. La ciudad estaba bien despreocupada, con sus calles rotas, muchas construcciones abandonadas o a medio construir, se notaba todo muy antiguo y olvidado. Simplemente una ciudad de paso.
Comimos algo y a prepararnos para entrar a las fauces de la tierra de Evo Morales:
Se venía Bolivia. Y nos esperaba con varios percances...